Agustín Fernández Mallo y el poder de Kalia

Llevo mareando la idea de empezar este nuevo blog hace ya meses. Que si lo haré así, que quizá es mejor asá, que ¡uy no! y si me espero y… pero llega un momento en el que el tiempo se acaba. Queda el espacio justo para coger la última bocanada de aire antes de que se inunde la habitación y o te decides o te ahogas con todas tus ganas. Y como en todos los momentos decisivos, entonces, en el momento final, aparecen esas señales que tantas discusiones me han costado y la fuerza que te faltaba para hacer explotar el techo como una cáscara de huevo te llega, sin aviso, brutal y dócil a la vez, y esa pared horizontal que te limitaba revienta en un millón de pedazos.

En mi caso, la primera señal de mi cataclismo particular, tuvo un mensajero de excepción. Apenas una conversación de dos minutos y medio con Agustín Fernández Mallo mientras me firmaba su último libro y su cercanía, pero especialmente esos dientes de niño que tiene, me inyectaron,  un «keep it simple» tan ponente que hizo que se disiparan todas mis dudas. Había pensado mil veces en qué plantilla coger para el blog, qué enfoque darle, cómo organizarlo y, de pronto, todo eso se escurrió por mi desagüe mental. ¡A la mierda los planes! ¡A la mierda arriesgar con red! Este blog iba a ser, va a ser, un laboratorio abierto a todas las posibilidades, a todos los errores y a todos los aciertos.

La segunda señal fue mucho más cotidiana y surgió de una necesidad tan tonta como tener que evitar que Golem, mi perro, se hiciera pipí cerca de la valla del vecino. Después de regañinas múltiples, grandes dosis de lejía y súplicas a todos los dioses caninos me senté en la cama y pensé: ¡Coño, algo se podrá hacer, no va a ser mi perro el único que se mea donde no toca! Y ahí surgió mi descubrimiento, esa señal popular que ya llevo dos días celebrando. Tras consultar varios foros de dueños caninos desesperados, encontré la respuesta: la lejía huele a limpio y les da a los animalitos más ganas de orinar, pero el Kalia les repele que da gusto. Es cierto que, al principio, no acababa de creérmelo pero después de lanzar los polvitos del bote rosa flúor («Kalia fake»-todo quede dicho para no faltar a la verdad) el oxígeno puro ha cambiado mi vida. Y de ahí surge mi segunda señal conclusiva-lo que tú no sepas, pregúntalo. No hace falta ser superwoman la invencible, a veces, la mejor idea es el resultado de un combo de muchas cabezas:)

Y ahora sí. Tijeras listas. Cortamos la cinta. Arriba las copas. ¡Bienvenidos a la casa de la niña del moño! Que cada uno diga la suya:)